Cerebro y emociones. El lenguaje neuronal

Siempre se ha dicho que el cerebro es un órgano extremadamente complejo. La compleja naturaleza del sistema nervioso permite comprender que la pluridisciplinariedad sea intrínseca a la Neurociencia, y que esté atrayendo disciplinas tan aparentemente alejadas como la física, la computación, o la nanomedicina. Y, en este campo, Catalunya está a la vanguardia.

Qué son la conciencia y la mente humanas? ¿Por qué experimentamos emociones? ¿Por qué aparecen las enfermedades psiquiátricas o neurológicas? Estas son algunas preguntas básicas que la neurociencia intenta contestar. Y son todas ellas preguntas de enorme relevancia, no solamente desde el punto de vista científico sino por la tremenda repercusión social que tienen.

En palabras de Santiago Ramón y Cajal, «el cerebro es un mundo que consta de numerosos continentes inexplorados y grandes extensiones de territorio desconocido». Se calcula que poseemos más de un millón de millones de neuronas, de cuya comunicación armoniosa surgen fenómenos únicos que nos permiten recordar nuestra infancia, escribir poesía, interpretar una partitura, ser bilingües o resolver un problema matemático.

Todo ello se consigue a través de una inmensa red de conexiones (sinapsis) que se estiman en unas 100.000.000.000.000. En estas conexiones, el lenguaje neuronal son pequeños cambios de potencial, un mensaje eléctrico que se traduce en el lenguaje químico que dota a la comunicación neuronal de infinitos matices reguladores. Nuestro cerebro contiene billones de estos microprocesadores, aunque su complejidad estructural y funcional le confiere capacidades que superan con creces a las de cualquier ingenio informático. Por ejemplo, un aprendizaje elemental como reconocer el peligro o evitar comportamientos con consecuencias negativas (como el dolor o el gusto desagradable) implica millones de eventos moleculares, incluyendo cambios a nivel de la expresión de genes y nuevas conexiones entre las neuronas.

Esta compleja naturaleza del sistema nervioso permite comprender que la pluridisciplinariedad sea intrínseca a la Neurociencia, y que esté atrayendo disciplinas tan aparentemente alejadas como la física, la computación, o la nanomedicina. Desde esta perspectiva, Catalunya se encuentra en un momento privilegiado gracias a programas como ICREA que han permitido atraer a científicos de disciplinas nuevas de altísimo nivel. De hecho, en España estamos por encima de la media europea en producción científica en neurociencias y Catalunya se encuentra en la vanguardia mundial de muchas de estas investigaciones.

La Neurociencia es una disciplina ampliamente representada en Catalunya (solamente en Barcelona hay más de ochenta grupos que se dedican a la Neurociencia). Los neurocientíficos catalanes están presentes en los grandes consorcios de investigación europeos, lo que significa que tenemos en nuestros laboratorios jóvenes y brillantes neurocientíficos capaces de acometer proyectos innovadores y grupos con experiencia consolidada y prestigio internacional. De hecho, la Societat Catalana de Biologia tiene una sección de Neurobiología, que organiza el Simposio de Neurobiología Experimental y Catalunya juega un papel importante en la Sociedad Española de Neurociencias que, en 1987, escogió Barcelona para celebrar su segundo congreso, «la puesta de largo de la Sociedad».

Pese a esta excelencia en el terreno científico, es en nuestro campo donde posiblemente es más evidente el «exilio» de los neurocientíficos españoles, que en otros ámbitos tienen centros de excelencia con oportunidades de reincorporación. Durante años, la visión de nuestro sistema nervioso como algo «demasiado complejo» y cuyo abordaje, por tanto, es imposible, ha sido uno de los argumentos que ha derivado en que, a pesar de la larga tradición y del enorme potencial que la Neurociencia tiene en nuestro país, el apoyo que reciben los centros dedicados a las neurociencias sigue estando muy por debajo del que se proporciona a los dedicados a otras disciplinas. Ello ha determinado una clara atomización de los neurocientíficos en Catalunya. Desgraciadamente, la pendiente positiva de la inversión en I+ D que llevábamos desde 2005, se ha quebrado y ello tiene más impacto en aquellas disciplinas que están menos «de moda».

El hecho de que el 2012 haya sido declarado Año de la Neurociencia en España ayudará a que la excelencia investigadora se traduzca en que la Neurociencia catalana siga desempeñando un papel destacado en el panorama científico internacional. Pero esto sólo se logrará a través de un apoyo serio y mantenido por parte de la Generalitat que ayude a promover la conexión entre la Neurociencia y sus aplicaciones en salud y tecnología, aunando esfuerzos en proyectos de desarrollo e innovación.

El Año de la Neurociencia coincide con el Foro de Sociedades de Neurociencia de Europa (FENS), que se celebrará en Barcelona y colocará a la Neurociencia española y catalana en el punto de mira internacional. Sin embargo, no hay que olvidar que igualmente importante es el ámbito de la didáctica y divulgación, y es necesario que se apoye decididamente la divulgación de la Neurociencia, y se contribuya al conocimiento y al reconocimiento social de los neurocientíficos españoles.

Artículo publicado en La Vanguardia

Cerebro y emociones. Robots que sienten

Ella es una replicante ¿no es así?», «estoy impresionado. ¿Cuántas preguntas son las normales para detectar a uno?». En la novela de Philip K. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?,los humanos sólo pueden diferenciarse de sus equivalentes artificiales, los replicantes, por la falta de expresión emocional de estos últimos. El cazarrecompensas Deckard descubre que la mujer que ama, Rachel, es una replicante y se enfrenta al dilema de si debería retirarla según el protocolo estándar. En este caso, el amor supera al procedimiento.

La ciencia ha considerado en los últimos siglos las emociones como poco más que un obstáculo en la comprensión de nuestro potencial racional humano. Los avances en la neurociencia moderna revelan que las emociones, desde el miedo y la felicidad al orgullo o el desprecio, aportan contribuciones esenciales sobre cómo sentimos, aprendemos y actuamos. Una característica fundamental de las emociones es que nos dan una rápida evaluación del valor de las situaciones y de nuestro potencial de actuación. Lo sorprendente es que el cerebro puede asignar un valor emocional a un estímulo en una docena de milisegundos. Por tanto, las emociones determinan directamente la manera cómo representamos y experimentamos el mundo. No obstante, el cerebro también utiliza las emociones para evaluar sus propios estados internos. Algunos autores han defendido que incluso nuestro sentido de la verdad es una respuesta emocional. El denominado aprendizaje emocional es fundamental para definir los estímulos esenciales en el entorno y determinar nuestras respuestas ante ellos. Específicamente, las emociones pueden inducir a cambios duraderos en la forma cómo el cerebro procesa los estímulos sensoriales.

En pocas décadas hemos pasado de interpretar las emociones como eco superfluo de nuestra historia evolutiva a creerlas de importancia crucial en el modo cómo nuestro cerebro construye la realidad. Una transición que se refleja en cómo diseñamos artefactos avanzados, como los robots humanoides. Estamos trabajando en una gran iniciativa europea para construir los robots del futuro, llamada Robot Companion for Citizens.Este proyecto canalizará, si es seleccionado, una inversión de mil millones de euros en 10 años para desarrollar la nueva generación de robots al servicio de la sociedad. No es una sorpresa que las capacidades emocionales de estos futuros robots sensibles y biomiméticos sean una de sus principales novedades.

Artículo publicado en La Vanguardia

Donar óvulos, regalar vida. Más que un acto de generosidad

La donación de óvulos es un tratamiento cada vez más necesario para algunas mujeres debido al retraso en la maternidad por los cambios sociales y familiares. La donación tiene mucho de instinto maternal y una gran base de solidaridad. Porque ser madre o padre va mucho más allá de donar un óvulo; es parir, cuidar y educar. Un compromiso de por vida

Donar (del latín donare). Dicho de una persona viva: Ceder voluntariamente su sangre, algún órgano, etcétera, con destino a personas que lo necesitan. Si nos atenemos a la definición de la RAE vemos que la donación de óvulos implica una cesión voluntaria de los mismos a una persona que los necesita para generar una vida, para tener un hijo. Posiblemente no haría falta decir más, porque no se me ocurre una mejor justificación para animar a aquellas mujeres en edad fértil a donar sus óvulos. ¿Qué puede ser mejor que ayudar a crear una vida?

Sin embargo hay cosas que explicar, ya que la donación de óvulos ha estado sujeta a fariseísmos morales y a mitos científicos que merecen unas palabras aclaratorias.

La donación de óvulos es un tratamiento cada vez más necesario por el retraso en la maternidad debido a los cambios sociales y familiares que han tenido lugar en esta generación. En resumen, consiste en que una mujer entre 18 y 35 años siga una estimulación hormonal para producir varios óvulos en lugar del único que produce cada mes. Cuando los óvulos están maduros la donante se somete a una punción ovárica para extraerlos. Estos óvulos son donados a una paciente que, o bien no puede producirlos, o los que produce no tienen calidad para dar lugar a un hijo. Los óvulos son fecundados con el semen de la pareja o de un donante, y los embriones resultantes se transfieren al útero de la paciente receptora.

No deja de ser curioso que haya habido tanto rechazo a la donación de óvulos y se la haya tachando de mercantilista haciendo referencia a una pretendida explotación de la mujer, cuando los bancos de semen en España funcionan desde hace décadas, siempre compensando económicamente al varón que aportaba su esperma. Y doy fe de que la donación de óvulos, seguramente impregnada del instinto maternal que aún hoy poseen muchas mujeres, tiene una base mucho más solidaria, moral y espiritual que la de semen. No obstante, no se puede negar que en tiempos de crisis la compensación económica pueda ser un incentivo (compensación justificada y cuantificada de forma oficial por la Generalitat), pero lo que es innegable es que en nuestro país existe una cultura de la donación que abarca todos los ámbitos de la misma (sangre, órganos, médula ósea y, por supuesto, óvulos) y que nos sitúa como país líder a nivel mundial en este campo.

Tampoco voy a negar que la donación de óvulos sea un proceso que entraña ciertos riesgos, pero la realidad es que la técnica ha ido ganando en seguridad con los años. Los nuevos protocolos de estimulación son muy seguros y minimizan el riesgo de complicaciones como la hiperestimulación.

Hay suficiente evidencia científica que demuestra que el uso de hormonas para estimular no aumenta el riesgo de cáncer ginecológico ni compromete la futura fertilidad de la donante ni adelanta la edad de la menopausia.

Las punciones ováricas se realizan en quirófanos equipados, bajo sedaciones ligeras de las que las donantes se recuperan rápidamente. También la mejora en los procedimientos de los laboratorios de reproducción permite estimular menos a las donantes sin que eso afecte a las tasas de embarazo, ya que con menos óvulos se consigue la misma cantidad de buenos embriones. Sin duda supone hoy un riesgo mayor para una joven salir de copas un sábado por la noche en coche, aunque no beba, que someterse a este proceso.

Finalmente querría hablar del anonimato de las donantes, obligatorio por ley en nuestro país. Mucho se habla del derecho del hijo nacido de una donación de conocer la identidad de la donante. A mí me parece una actitud equivocada que quiere comparar donación con adopción, cuando hay grandes diferencias en el origen de ambos procesos. En la adopción existe el abandono de un hijo, la donación es un acto de generosidad que permite a esa madre concebir un hijo. Es lógico pues que se protejan los derechos de aquellas que donan sus gametos. Sin embargo, lo más justo sería que fuera posible preguntarle a una donante si para ella es un problema revelar su identidad, permitiendo así crear una lista de donantes no anónimas para satisfacer a quienes deseen poseer esa información. No hay que olvidar que en los países en los que el anonimato desapareció el número de donantes disminuyó drásticamente, y que recientes estudios revelan que no hay mucho interés por parte de los hijos nacidos en conocer la identidad de los donantes. En Suecia, el país que primero eliminó el anonimato en los donantes de semen, sólo el 2% de los hijos concebidos con semen de banco solicita información sobre los donantes.

Esto no hace más que demostrar que en realidad no es padre o madre quien generosamente dona sus cromosomas, sino quien los pare, cuida, protege, educa y riñe durante toda una vida.

Artículo publicado en La Vanguardia

Donar óvulos, regalar vida. Mujeres solidarias

Tanto donantes como receptoras, desde el punto de vista psicosocial, llevan a cabo su propio proceso mental de aceptación del tratamiento. Plantearse esta opción no resulta fácil, ya que nuestra cultura y educación no nos ha preparado para ello. La ciencia avanza más rápido que nuestra capacidad de asimilar y cambiar ciertos procesos mentales. En nuestra historia encontramos muchas referencias a este respecto como lo fue la aceptación social de la donación de órganos, incluso cuando la vida dependía de ello. Hoy en día, las mujeres que realizan este tipo de tratamientos lo hacen tras haberse planteado cuestiones emocionales muy profundas al respecto.

En el caso de las donantes, la cuestión más importante para ellas reside en tener claro el significado del proceso. Ellas donan una célula (un óvulo) con capacidad para crear una vida, pero para ello necesitará de la pareja receptora que completará el proceso genético que creará un embrión y, por tanto, un futuro bebé. Ellas no creen estar donando un hijo.

La realidad es que si la presencia de esta idea fuese cierta, no existirían donantes. Ellas se sienten partícipes de un proceso en el que, cuando funciona, contribuyen directamente a crear una vida, a dar felicidad a una pareja que no lo habría conseguido por sí misma.

En cuanto a las receptoras, tras un proceso de reevaluación de creencias y prioridades vitales, son conscientes de que ellas tienen la oportunidad, gracias a las donantes, de gestar a su hijo y poder compartir su vida desde el momento cero. No lo sienten extraño, lo alimentan, lo sienten crecer y lo ven nacer. Este sentimiento es universal y va más allá de la genética. Es un vínculo entre una madre y su hijo. Aquí se aprecia también por qué resulta algo más fácil para las parejas asumir la donación de óvulos que la de semen. El proceso mental por el que atraviesan estas mujeres se divide en dos fases. Por un lado decidir si quieren realizar el proceso. Es la parte más difícil porque aparecen todos los miedos, las dudas, la inseguridad… Al fin y al cabo es una decisión que les acompañará toda la vida. Una vez han decidido dar el paso, aparece la segunda fase, en la que la prioridad no es de dónde vino el óvulo, sino cuidar, educar y amar a su pequeño.

Cuando les pregunto: «¿Cómo te gustaría que fuese tu hijo, de qué te sentirías orgullosa?», sus respuestas no tienen que ver con la genética. «Que sea buena persona, responsable y, sobre todo, feliz». Algo de lo que ellas se encargarán personalmente.

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Sujetos biotecnológicos. Evolución de proximidad

Cuestionarse la evolución humana está sujeto a una premisa que en la actualidad se basa en avances tecnocientíficos. El hombre está aprendiendo a lidiar con las ciencias artificiales que van más allá de las leyes de la naturaleza. La tecnología se plantea como el nuevo poder y responsabiliza al hombre de los cambios en muchos aspectos cercanos a escenarios de ciencia ficción.

No deja de ser una constante en la historia de Occidente preguntarse por la evolución, concepto bajo el cual se cuestionan los orígenes de la humanidad y la diversidad cultural y ahora, entre el año Darwin y los avances tecnocientíficos, se extiende hacia un imaginario que oscila entre inquietud y encantamiento, al desvelarse un futuro que nos responsabiliza, más que nunca, de los cambios en medio ambiente, cuerpo e identidad. Futuribles más cercanos a escenarios de la ciencia ficción que a la ruptura de las barreras disciplinares y los límites conceptuales hasta ahora indiscutibles entre naturaleza y cultura, orgánico e inorgánico, mente y cuerpo, propiciados por la biotecnología, las ciencias cognitivas, la robótica y la nanotecnología.

Si bien la impresión social es que la naturaleza ya no tiene ese rol primigenio y esencial, y que lo orgánico está siendo desplazado por lo material y lo artificial, lo cierto es que la tecnociencia aporta y busca establecer conexiones directas entre los sistemas naturales y artificiales, los organismos vivos y las propiedades que definen las partículas elementales, teniendo como punto de mira la biocompatibilidad y la intensificación humana para lograr ser más saludable e inteligente. No es nuevo el hecho de manipular elementos materiales y orgánicos para controlar sus efectos físicos, químicos, electrónicos y ópticos, lo que sí es innovador es la forma de entender el proceso. Así, del usar gafas no es tan relevante sumar retina más cristal como el fenómeno físico resultante de incrementar la visión. Lo mismo ocurre si se enciende una luz, lo importante no es el soporte, sol o bombilla, sino que haya luz. De ahí la relevancia de la artificialidad, palabra poco grata por entenderse como apariencia cuando en realidad no hace referencia a lo que las cosas son, sino a cómo podrían ser mediante el potencial de combinatorias híbridas. Latour (1993) añadiría que los artefactos y los dispositivos no son simplemente máquinas, sino constitutivos del efecto que producen.

En la interacción con el ordenador en red, el interfaz humano-máquina puede entenderse como una extensión exosomática del cerebro, pero también como una intensificación que genera agencia inteligente al seguir rutas aleatorias, más flexibles y selectivas, y que permiten explorar otras formas de representación así como vivenciar la ubicuidad. No hay que ser de acero, ni imaginar una mente abstracta sin cuerpo, aunque con frecuencia esta es la proyección que más nos llega en proyectos experimentales como los diseños robóticos en forma de prototipos humanoides, sean androides, ciborgs o seres biónicos con semiautonomía computacional o organismos biológicos con implantes en forma de prótesis mecánico-electrónicas, miembros artificiales robotizados. Sin olvidar las aportaciones de la biología sintética o, en términos más populares, la vida artificial, en busca de organismos emergentes mediante ordenadores moleculares o cuánticos y conseguir así la biocompatibilidad con las células de diseño en terapias y administración de fármacos. Y en el territorio del control de la materia a escala nanométrica, cabría referirse al desarrollo de nanoestructuras dirigibles y acoplables a células vía flujo sanguíneo y control magnético, nanodispositivos hechos de neuronas híbridas de células crecidas sobre silicio como prótesis para reparar circuitos neuronales e injertar implantes humanos en criaturas artificiales. XXXXX Aceptar la artificialidad significa entrar en las fronteras movibles de una realidad en evolución que nos define como objetos y sujetos biotecnológicos. Cabe preguntarse cómo aprender a lidiar de forma responsable con las ciencias artificiales basadas en el arte de lo posible, no cómo es el mundo sino cómo podría ser. Esto implica asumir que la cultura está más allá de las leyes de una naturaleza independiente, lo que no es fácil atendiendo al perverso ocultamiento tecnológico del siglo XX, por encubrir el artificio de todo producto cosmético, alimentario y farmacéutico como garantía de calidad y lograr que los diseños y creaciones parezcan más naturales que la propia naturaleza. Sabiendo que de la naturaleza sólo tenemos su reflejo en la cultura, a través de la ciencia, la tecnología y las artes, entonces ¿por qué seguir idealizando lo natural? Será para desplazar ansiedades y alarmas sociales, obviar las intromisiones a la privacidad física y mental, ignorar la distribución desigual de los riesgos y la accesibilidad de los beneficios entre sociedades ricas y pobres o evitar la ideologización ingenua de una posthumanidad. Ante la naturaleza entendida como un don cabe situarse en el rechazo ético por subvertir un orden que no sólo genera incertezas y que afecta generaciones futuras pero, ya que nos movemos en ambientes modificados y artificiales, porqué no pensar que esta evolución de proximidad representa una esperanza y responsabilidad colaborativa en reteorizar y remodelar cuerpo, organismos y comunidades.

Artículo publicado en La Vanguardia

Sujetos biotecnológicos. La técnica, el nuevo mundo

La futura evolución del hombre? Creo que esta pregunta puede entenderse de tres modos. El primero no resulta muy pertinente, el segundo tiene hoy un carácter en gran medida ideológico, y el tercero sería mejor formularlo de otra manera. Veámoslo sucintamente.

Primero: el evolucionismo (y el darwiniano en particular) es una teoría biológica según la cual las diferentes especies de seres vivos se desarrollan unas a partir de otras. Circunscrita a este ámbito, la idea de evolución es, sobre todo, una mirada al pasado.

Segundo: ha ocurrido, sin embargo, que la idea de evolución ha trascendido el marco de la teoría biológica para pasar a ser utilizada en discursos sobre el proceso histórico-social y sobre el devenir de la humanidad en su conjunto. Ahí, la idea de evolución se ha articulado –y algunas veces confundido– con la idea, más potente si cabe, de progreso. Si entendemos por ideología un discurso predominante que sirve para justificar en un momento dado la mayoría de las cosas y para encubrir ciertos problemas y exigencias de la realidad, entonces hay que reconocer que progreso evolución han desempeñado y siguen desempeñando aún este papel.

Tercero: hay un sentido en el que la pregunta por la evolución futura del hombre nos remitiría a otro interrogante. No cabe duda de que el poder tecnológico que hoy el ser humano tiene entre manos es totalmente inédito. Jamás se había dispuesto de tan ingente potencial transformador. Si bien desde los orígenes el hombre ha modificado su entorno con los instrumentos que ha sido capaz de construir, nunca hasta tiempos contemporáneos la técnica se había convertido en mundo. Literalmente, vivimos en el mundo (horizonte, entorno, ámbito…) de la técnica.

Pero ahora ya no sólo el mundo externo. El poder de transformación técnico nos mira de frente a nosotros mismos. Parece como si nos encontráramos en el umbral de la posibilidad de modificarnos a nosotros mismos de forma grave, es decir, importante; de convertirnos en artífices de los futuros humanos, o transhumanos, o de lo que creamos que deba de sucedernos en el camino de la evolución.

La biotecnología es la palabra que concentra este nuevo poder que, en cierto modo, nos convierte en autocreadores, es decir, en una especie de dioses. ¿Sabremos estar a la altura –humanamente, moralmente– de tal poder? ¿O bien se entenderá que tal preocupación es ya caduca?

Artículo publicado en La Vanguardia

¿Se puede parar el reloj biológico? ¿Es inevitable envejecer?

La esperanza de vida de los humanos aumenta de forma constante, por causas muy diversas. La ciencia y la tecnología investigan sobre cómo mantener la juventud, vivir más tiempo y evitar la constante corrosión de nuestra materia biológica. Sin embargo, la gran pregunta es si vivir más años equivale a mejor calidad de vida. Tal vez logremos vivir más pero para qué.

Desde el paleolítico hasta inicios del siglo XX la esperanza de vida de la humanidad fue inferior a 40 años, pero en el último siglo, en los países más desarrollados la esperanza de vida se ha doblado (aproximadamente, 83 años en mujeres y 78 años en varones); sin embargo, aún continúa siendo baja en muchos lugares de la Tierra. El aumento de la esperanza de vida es reflejo de las mejoras de las condiciones de vida, como las higiénicas, nutricionales y sanitarias, lo que ha implicado un descenso notable de la mortalidad infantil y la supervivencia a infecciones y accidentes. A pesar de ello, esta tendencia puede estar revirtiendo en algunos países debido al incremento de estrés crónico, obesidad y sedentarismo en la población, que está aumentado el riesgo de muerte más temprana por enfermedades como el cáncer, las cardiovasculares o la diabetes.

Pero, ¿es inevitable envejecer? ¿Existe un reloj biológico que cuenta cuántos años llevamos viviendo? ¿Podríamos llegar a ser inmortales? En general, los primeros signos de envejecimiento aparecen a partir de la maduración sexual y son progresivamente aparentes desde los 25-30 años, hasta la etapa final de nuestra vida. En las células que recambian y se dividen (como la piel, el sistema inmune, etcétera) existe un reloj molecular basado en la longitud de las regiones más terminales de los cromosomas, o telómeros, que van recortándose progresivamente con cada división, a modo de un reloj de cuerda.

Cuando la longitud telomérica es muy corta, la célula entra en crisis y muere por apoptosis. Si se activan mecanismos para mantener los telómeros, la célula deviene inmortal, pero la contrapartida a esto es que también puede haber acumulado muchas mutaciones en su ADN, descontrolándose y convirtiéndose en célula cancerosa. Podríamos decir que envejecimiento y cáncer son dos caras de la misma moneda.

Existen, además, otros mecanismos de envejecimiento celular. Así, nos oxidamos: nuestras células necesitan oxígeno para generar energía. Pero a su vez, el oxígeno genera moléculas muy reactivas que oxidan y lesionan nuestro ADN, proteínas, lípidos y demás, alterando su función. Este desgaste continuo por estrés oxidativo es muy importante en las neuronas (y en todo el organismo). Eso, sin considerar otros agentes proenvejecimiento importantes, como la luz ultravioleta del sol, el tabaco, el alcohol, el estrés emocional, etcétera.

De acuerdo, envejecemos. Pero la longevidad, ¿está determinada o podemos incrementarla indefinidamente y vivir muchos más años? A pesar de todos los avances actuales, la longevidad humana (es decir, la vida máxima) no se ha incrementado, es de unos 120 años desde que se tienen censos, independientemente de los avances médicos y el incremento de la esperanza de vida. ¿Por qué está el límite en 120 años, y no en 240 o 60? Está claro que existe una determinación genética de la longevidad, porque existen animales de vida corta y animales de vida larga: un ratón vive unos dos años en el laboratorio, mientras que el elefante africano puede llegar a vivir 78 años en cautividad. Pero ni en el mejor de los casos un ratón puede llegar a vivir tanto como un elefante. Los genes que determinan la longevidad han estado seleccionados evolutivamente para seguir estrategias óptimas, con el fin de llevar a cabo la reproducción y supervivencia de cada especie.

¿Podemos retrasar este proceso? En especies de vida corta se ha conseguido alargar su esperanza de vida, incluso su longevidad, mediante restricción calórica, sin malnutrición, como si se pudiera burlar el límite máximo de vida que fija la evolución. Esto es así porque se retrasa la maduración sexual y la reproducción, de forma que el organismo se adapta, alargando así su vida. Sin embargo, no existen todavía datos que permitan afirmar que la restricción calórica o el retraso de la maduración sexual pueden alargar la esperanza de vida, o la longevidad, en el caso de la especie humana.

Evidentemente, evitar la obesidad es beneficioso, pero la línea que separa la restricción calórica de la malnutrición es muy fina. Con todo, hay quien piensa que, en el futuro, puede haber una pastilla que reproduzca en humanos el efecto de la restricción calórica, observado en especies de vida corta. Un verdadero elixir de la juventud. De momento, esta respuesta queda para una investigación seria y responsable.

Aunque quizás el futuro pase por averiguar las diferencias genéticas dentro de nuestra propia especie: estudiar por qué ciertas mutaciones causan envejecimiento prematuro en las muy poco frecuentes enfermedades progéricas, o al contrario, descubrir las variantes genéticas de individuos centenarios para averiguar por qué se envejece más rápido, o cómo sobrevivir más tiempo y mejor. Un reto intelectual fascinante, sin duda.

Artículo publicado en La Vanguardia

¿Se puede parar el reloj biológico? El deseo de vivir

Según el Instituto Nacional de Estadística, los niños nacidos en 2010 tenían una esperanza de vida de 78,92 años, y las niñas, de 84,93. Es un logro extraordinario de la medicina contemporánea y del desarrollo social, con el añadido de que no sólo se vive más, sino con mejor calidad de vida. Se especula mucho sobre las consecuencias de este progresivo alargamiento de la vida humana. En la parte negativa de la balanza, economistas y demógrafos auguran problemas muy graves en un futuro cercano. En la parte positiva está la satisfacción de la gente ante la posibilidad de prolongar la vida, reforzada por el optimismo de algunos autores que pronostican un progreso exponencial de las técnicas que permitirán avanzar más deprisa en la solución de los problemas humanos.

Tal es el caso del científico estadounidense Ray Kurzweil y de los llamados transhumanistas (Nick Bostrom, David Pearce, Eric Drexler y Anders Sandberg). Inventor, especialista en informática y en nanotecnología, Kurzweil cree que no sólo será posible abordar muchos problemas biológicos, genéticos y funcionales actualmente irresolubles, sino que también se podrá mejorar las capacidades de los seres humanos. El control tecnológico de la evolución biológica de los individuos está en nuestras manos y nos abre perspectivas insospechadas que, hasta ahora, sólo eran ciencia-ficción. Sin embargo, hay que preguntarse en qué manos estará dicho poder, qué se hará con él y si se administrará con justicia. Preguntas que no sólo conciernen a las situaciones de futuro, sino que son muy pertinentes también para el presente. La esperanza de vida varía mucho de unos países a otros. Además de decir que España está muy bien situada en las estadísticas mundiales, habría que detectar los desequilibrios internos y considerar la ayuda internacional que se debe promover para superar las graves desigualdades entre países.

Muchos seres humanos aspiran a la inmortalidad y la conciben de diversas maneras, en sentido espiritual, material o de trascendencia cósmica, y hacen todo lo posible por asegurarse el buen fin de su creencia. Según una leyenda urbana, Walt Disney quiso que se crioconservara su cuerpo para esperar el momento en que los avances científicos le retornaran la vida. La historia es falsa (está acreditada su incineración), pero muestra hasta qué punto el tema resulta fascinante y creíble para mucha gente. Podemos vivir más pero, ¿sabemos para qué vivimos?

Debemos preguntarnos en qué manos estará el control tecnológico de la evolución y qué se hará con él.

Artículo publicado en La Vanguardia

¿Tenemos calidad de vida? Más allá del dato del PIB

Es una pregunta conceptualmente tan amplia como subjetiva, y más en épocas de crisis. La calidad de vida es un factor que determina el bienestar social general de los individuos. Hay muchos factores que intervienen a la hora de vertebrar qué entendemos por calidad de vida. El nivel económico no es una premisa determinante, pero ocupa un lugar destacado

¿Qué entendemos por calidad de vida? A buen seguro que filósofos o biólogos sabrán encontrar la mejor respuesta a esta pregunta; los estadísticos nos concentraremos en dar respuesta a: ¿cómo se puede medir la calidad de vida de las personas?

En el mundo de la estadística oficial hay una creciente preocupación por complementar el producto interior bruto (PIB), que mide sólo la riqueza económica producida, con otros indicadores del progreso de la sociedad y del bienestar de la población. Es una constatación bastante compartida que el nivel de PIB de una sociedad no es un indicador lo bastante fino de la calidad de vida de la población. Por este motivo, se pueden encontrar diferentes iniciativas promovidas por la OCDE, la Unión Europea y otras instituciones para mejorar nuestra aproximación a la calidad de vida, sobre la base de reconocer su carácter multidimensional. Algunos de los documentos más conocidos en este contexto son el informe Stiglitz-Sen sobre La medición del progreso, el bienestar y el desarrollo sostenible, la aproximación al tema por parte de la OCDE con la publicación How is life y el informe de la Unión Europea El PIB y más allá: midiendo el progreso en un mundo cambiante.

Para nosotros, el punto de partida obligado es el conjunto de las recomendaciones que provienen del sistema estadístico europeo, y destacamos el informe final del grupo de trabajo sobre medida del progreso, el bienestar y el desarrollo sostenible aprobado en noviembre pasado (Sponsorship on measuring progress, well-being and sustainable development). En este informe se dan más de cincuenta recomendaciones de mejora de la medida de la calidad de vida que se resumen en una tabla de indicadores dividida en nueve dimensiones: condiciones de vida material, actividad laboral, salud, educación, relaciones sociales y ocio, seguridad personal, gobierno y derechos básicos, medio ambiente y satisfacción personal global. No resulta posible en esta columna hacer un tratamiento completo de estas dimensiones, pero sí podemos hacer un repaso de algunos datos interesantes a la hora de medir la calidad de vida en Catalunya.

Por ejemplo, el nivel de instrucción es un excelente indicador de la calidad de vida de la población. En veinte años el nivel de estudios de la población catalana ha mejorado radicalmente. En el año 1991 el porcentaje de habitantes que no habían podido acabar la primaria, incluyendo los que no sabían leer ni escribir, era el 19% de la población, mientras que, de acuerdo con los últimos datos disponibles, este porcentaje baja actualmente hasta el 9%. En el otro extremo, el porcentaje de habitantes que tienen estudios superiores se ha más que duplicado desde 1991, y ha pasado del 6% al 16%. Los progresos educativos para las mujeres todavía han sido más importantes: el porcentaje de mujeres sin estudios se ha reducido, al pasar del 22% al 10%, mientras que el porcentaje de mujeres con estudios superiores ha aumentado del 6% al 17%.

Otro aspecto que tener en cuenta es la salud, en especial la propia percepción que tienen las personas. Cuatro de cada cinco catalanes consideran que tienen buena salud, pero hay que tener presente que esta percepción viene bastante condicionada por el nivel de educación.

Efectivamente, la población más instruida tiene sistemáticamente mejores niveles de salud que la población con nivel de instrucción bajo, especialmente en las edades medias. Así, entre la población de 50 a 64 años, la más instruida declara que tiene buena salud en un 83% de los casos, mientras que entre la población con nivel de instrucción bajo el porcentaje de población con buena salud se reduce al 62%. La evolución de la esperanza de vida de la población catalana ha sido extraordinariamente favorable y se sitúa entre los niveles más elevados del mundo.

Actualmente, la vida media de los hombres se sitúa en 79 años y la de las mujeres en 85 años, al lado de las primeras posiciones del ranking mundial, que lideran países como Nueva Zelanda, Franca, Suiza o Japón. En comparación con 20 años atrás, la expectativa de vida en Catalunya ha aumentado cinco años para los hombres y cuatro para las mujeres.

Si se considera la población en relación con la actividad, la actual coyuntura económica ha hecho aumentar intensamente el número de hogares con todos los miembros activos desocupados, en torno a 200.000 hogares, cuatro veces más que al inicio de la crisis. Uno de cada cinco catalanes está bajo el umbral de riesgo de pobreza y tres de cada cinco hogares llegan con dificultades a fin de mes.

Resulta claro que un reto de futuro en la estadística oficial catalana es evaluar la viabilidad y la oportunidad de mejorar la medida estadística de la calidad de vida siguiendo las recomendaciones antes mencionadas y que se articulan en torno a tres ámbitos temáticos: perspectiva de hogares, renta, distribución y riqueza; medida multidimensional de la calidad de vida, y desarrollo sostenible.

Artículo publicado en La Vanguardia

¿Tenemos calidad de vida? Bienestar subjetivo

Nuestra calidad de vida, nuestro bienestar o nuestra felicidad es algo que podemos definir nosotros mismos sin tener que recurrir exclusivamente a los expertos. En consecuencia, numerosos estudiosos han empezado a incorporar medidas subjetivas de bienestar en sus trabajos. A lo largo de los años son miles los individuos que han dado respuestas válidas, coherentes y relevantes cuando se les ha pedido valorar en una escala (por ejemplo de 0 a 10) su nivel de felicidad o satisfacción con su vida. Usando estas medidas de satisfacción declarada, hemos podido derivar cuáles son los determinantes del bienestar y la felicidad, cuáles son las preferencias de los individuos en relación con un abanico importante de aspectos e incluso entender mejor su conducta. Con estas medidas hemos estudiado la pobreza y la desigualdad desde una perspectiva subjetiva y podemos evaluar y diseñar políticas públicas que sean coherentes con las preferencias y el bienestar de los ciudadanos.

¿Qué nos hace felices? La relación entre los ingresos y la felicidad declarada van de la mano sólo hasta cierto punto, a partir del cual más dinero no incrementa sustancialmente la felicidad. Sin embargo, necesitamos mantener nuestro estatus, ya que ser más pobres que los demás reduce nuestra felicidad. Estar desempleado tiene un efecto muy perjudicial para la felicidad, aunque este efecto es menor en los países o regiones donde el índice de paro es más elevado. También se ha constatado que los individuos no se adaptan a estar en paro: esta experiencia afecta e influye en nuestra felicidad incluso después de volver a encontrar trabajo. De hecho, la evidencia reciente apunta que la capacidad de adaptación de los individuos ha estado sobrevalorada durante mucho tiempo, ya que, si bien nos adaptamos a algunas circunstancias, hay acontecimientos que marcan nuestra felicidad para siempre.

En los países occidentales tener estudios universitarios tiene un efecto negativo sobre la felicidad, ya que crea unas expectativas que son difíciles de alcanzar. Ejemplos de otros determinantes de la felicidad son las características no salariales del trabajo (horas trabajadas, turnos de trabajo, tipo de contrato, tiempo de desplazamiento, etcétera), la salud, el tener pareja, y las características del entorno (la inflación, la tasa de paro, la desigualdad y la contaminación ambiental tienen un impacto negativo sobre el bienestar).

Artículo publicado en La Vanguardia

¿Es prioritario ir al espacio? Investigar en tiempos de crisis

La pregunta es recurrente. Con la que está cayendo, ¿tiene sentido gastar tiempo y recursos en la investigación espacial? A falta de una respuesta tajante en un sentido u otro, los beneficios y aplicaciones que de la investigación especial se derivan en nuestra vida cotidiana son cada vez mayores (GPS, satélites meteorológicos, etcétera) y suponen una enorme actividad económica

Un tema recurrente, tanto en tiempo de crisis como de bonanza económica, es la prioridad de la investigación espacial frente a actividades más perentorias como pueden ser curar determinadas enfermedades o solucionar el problema energético, por citar sólo dos ejemplos. La persistencia de esta pregunta después de casi cien años de exploración espacial indica que la respuesta no es sencilla.

Lanzar una sonda o un satélite es caro. En primer lugar porque se necesita una gran cantidad de energía para poner una carga en órbita y, además, el proceso de construir un cohete y operarlo es extremadamente complejo. En segundo lugar, cada uno de los componentes de un vehículo espacial debe ser capaz de actuar en un ambiente extremadamente agresivo a causa de la radiación, las temperaturas extremas y el vacío. Por ejemplo, el coste típico para poner un kilo de masa en órbita oscila entre los 50.000 y los 100.000 euros. El coste de una misión media de la Agencia Europea del Espacio (ESA) es del orden de 500 millones de euros, el equivalente a un submarino convencional. Si la carga que se lanza es una persona, el coste se dispara, pues hay que extremar la seguridad e incrementar la carga con los víveres necesarios para mantenerla con vida.

A la vista de estas cifras no es de extrañar que el tractor inicial de la I+D espacial fuera la pugna entre las dos superpotencias de la guerra fría por controlar el espacio con fines militares y propagandísticos. Sin embargo, con el paso del tiempo las actividades comerciales han ido ganando terreno hasta el punto que en muchos casos el interés económico supera el militar.

Probablemente, el campo más maduro comercialmente sea el de las telecomunicaciones. De acuerdo con Eurostat, en el año 2005 el proceso de construcción y lanzamiento de los satélites de comunicaciones alcanzó un monto de 3.300 millones de euros, mientras que las ventas de derechos de uso sumaron 7.000 millones de euros. La venta de equipos terrestres de telecomunicaciones ascendió a 30.000 millones de euros y el valor añadido de los servicios prestados superó los 55.000 millones. Análogamente, se estima que la observación de la Tierra genera un negocio de 3.000 millones de euros que crece rápidamente. El caso más paradigmático lo aporta la navegación por satélite. Estos sistemas fueron concebidos inicialmente como un sistema militar, el famoso GPS; sin embargo, pronto se encontraron todo tipo de aplicaciones civiles y en 2005 la venta de equipos alcanzó los 7.000 millones de euros, mientras que el valor de los servicios se estimó en 21.000 millones de euros. Estas cifras se incrementarán espectacularmente cuando los sistemas ruso, europeo y chino entren en funcionamiento.

El sector espacial representa una fracción no desdeñable de la economía mundial, por lo que la pregunta inicial debe ser más precisa. ¿Podemos prescindir de la investigación espacial básica (telescopio Hubble, observatorios de rayos X, observatorios solares…) o de la exploración del sistema solar, tanto robótica como presencial?

En primer lugar, sin la adecuada acumulación de conocimientos básicos, es imposible cualquier avance. Los sistemas de navegación, por ejemplo, no tendrían la precisión que tienen sin los relojes atómicos o el conocimiento de las leyes de la relatividad general de Einstein. De hecho no es posible concebir el avance en ningún campo del conocimiento sin un dominio profundo de las leyes de la naturaleza.

¿Es que acaso la medicina sería lo mismo sin el concurso del microscopio, los rayos X o el tratamiento de imágenes mediante ordenador? La investigación desde el espacio ha mostrado la verdadera cara del universo: activo, en el que se producen increíbles cataclismos y se liberan violentamente enormes cantidades de energía y que él mismo se expansiona aceleradamente. También ha permitido comprender mejor las propiedades del Sol y de los planetas. Dos ejemplos que afectan directamente la calidad de vida en la Tierra son los efectos de las erupciones solares y el efecto invernadero en Venus.

Tras visitar todos los rincones de la Tierra es natural que el hombre fije sus ojos en los astros del sistema solar y los perciba como su futuro hábitat, como un nuevo mundo lleno de recursos y sin las ataduras de la Tierra. A menudo se considera que viajar a la Luna es un pasatiempo inútil y caro, pero quien consiga colonizarla tendrá en su poder las mayores reservas que se conocen de helio-3, el combustible termonuclear básico. Detenerse es quedarse atrás, como lo demuestra la enérgica actividad espacial de las economías que ya han emergido. Es sorprendente que la sociedad europea, con una larga tradición de exploración, no intuya las ventajas de la investigación espacial y diseñe un programa más ambicioso.

Artículo publicado en La Vanguardia

¿Es prioritario ir al espacio? No perder nuestro mañana

El acceso al espacio ha constituido un paso esencial en nuestra carrera exploratoria y una fuente de inspiración para nuevas generaciones. Y ha supuesto un camino para el desarrollo de tecnología. El espacio posee ahora un impacto directo en la economía y en nuestras vidas en diferentes campos tan diversos como meteorología; comunicaciones; navegación y posicionamiento; observación global de nuestro planeta; ciencias básicas; ciencia de materiales; biomedicina… La investigación espacial ha desarrollado aplicaciones directas de las cuales nuestra sociedad es altamente demandante. Por ejemplo, se estima que entre el 6% y 7% del PIB europeo depende de tecnología GNSS (navegación por satélite), una cantidad equivalente a unos 800.000 millones de euros. A escala mundial esta dependencia se sitúa en tres billones de dólares. Hoy están operativos más de 600 millones de receptores de navegación por satélite en el mundo y la cifra superará los 1.000 millones en el 2020. Hasta un 67% de las startups de la Agencia Espacial Europea son compañías basadas en aplicaciones GNSS.

La investigación espacial también ha dado lugar a transferencias tecnológicas entre sectores: ESA estima que sólo en Europa el espacio ha estado generando en los últimos 20 años una nueva transferencia cada mes. Y ello a un coste para los ciudadanos más que moderado: la participación en la Estación Espacial Internacional (ISS) cuesta a cada europeo algo menos que el precio de un café al año: 1 euro al año. El espacio no es tan caro como el prejuicio que supone: los 850.000 millones de dólares del programa de rescate bancario de EE.UU. equivalen a todo el presupuesto de los 50 años de la NASA. En España y en Catalunya en particular diversas entidades dedican a esta investigación sus esfuerzos. Sin embargo, peligra nuestra participación en grandes programas ya que la contribución española a la ESA ha disminuido un 43%, situándose en poco más del centenar de millones de euros, a niveles comparables a los del 2002.

Recuerdo el discurso de Kennedy en la Universidad de Rice, Houston, en el verano de 1962, anunciando que íbamos a diseñar cohetes aún no diseñados, que lanzarían naves aún no diseñadas, para llevar al hombre a un nuevo mundo aún no explorado… y que íbamos a hacer todo eso en menos de una década. Este mensaje decía muchas cosas, y sobre todo transmitía entusiasmo por el futuro. Repasar ahora este discurso es un ejercicio interesante para la sociedad: Si perdemos el espíritu de exploración y reto, corremos el riesgo de perder nuestro mañana.

Artículo publicado en La Vanguardia

Medios y redes sociales: del amor al odio. Acrobacias con red

Las redes sociales han hecho que todo ciudadano pueda convertirse en un potencial periodista, con las ventajas e inconvenientes que ello supone. Las relaciones entre medios de comunicación y las redes sociales se mueven entre el amor y el odio, se necesitan y al tiempo se repelen. Todo porque los usuarios se han hecho más visibles y están más cerca de los contenidos

Los medios de comunicación y las redes sociales mantienen una relación tormentosa. Saben que se necesitan, aunque no ignoran que también compiten por captar la atención de los ciudadanos e incrementar sus (respectivas) influencias. Por eso se atraen con la misma intensidad –y hasta pasión– con la que se repelen –e incluso se atacan–.

En realidad, ni las compañías y grupos periodísticos ni páginas como Facebook, Google+, Pinterest o Twitter pueden adoptar estos comportamientos genuinamente humanos. Quienes de esta manera actúan son sus responsables y consumidores. No obstante, la tendencia de los internautas a identificarse de manera afectiva con cibermedios y webs sociales nos permite tomarnos esta licencia.

Sabíamos que los medios son marcas, pero es que las marcas –Apple, Yahoo!…– ahora se creen también medios. De momento ya funcionan como soporte para anunciarse. Además, se afanan para poner en circulación contenidos informativos pese a no tener tradición en el arte de destapar novedades relevantes, como el periodismo de rigor y contrastado.

Los movimientos masivos que se desarrollan alrededor de Facebook o Twitter son amplificados por los medios hasta suscitar el interés del público que todavía permanece ajeno a la efervescencia digital. Esta fórmula beneficia a las redes y, a su vez, propicia el primer uso de estos espacios virtuales por parte de las empresas informativas: como tema o motivo de noticias, reportajes y entrevistas. No hay duda de que las redes sociales venden –y ayudan a vender–, lo cual es positivo. Pero hay más.

En segundo lugar, Facebook, Twitter, Linkedin y demás se han convertido en una excelente fuente periodística. Mandatarios, políticos, deportistas, personalidades de la economía, la cultura o los espectáculos y un largo etcétera que incluye a gente corriente y organizaciones y asociaciones de todos los ámbitos se abren cotidianamente a las redes, a veces sin el asesoramiento de profesionales que les orienten acerca de lo que deben explicar y sobre cómo, cuándo y dónde hacerlo.

En el extremo opuesto de la cadena, estos sitios les sirven a los medios convencionales para difundir sus producciones a través de nuevas vías. He aquí su tercera aplicación. Cualquier editor o periodista cuenta hoy con una plataforma extra para llegar más lejos con lo transmitido por radio o televisión y lo publicado sobre papel o en línea.

Como veremos a continuación, la cuarta modalidad se asemeja a esta, sin embargo, no hay que confundirlas, puesto que no son coincidentes.

Nos referimos al empleo de las redes sociales como canal alternativo para distribuir material que no tiene cabida en el medio de referencia. Por ejemplo: tuits o entradas en el muro de Facebook sobre asuntos y cuestiones que no aparecen en el periódico, la revista, el ciberdiario, la cadena de televisión, la emisora de radio o la agencia de noticias que figura como titular del perfil. La quinta dimensión, aun siendo independiente del resto, se extiende como un manto que da cobertura a los cuatro usos reseñados. A saber, las redes son un mecanismo para seducir y/o fidelizar a una audiencia que, al intervenir de un modo activo en el proceso informativo –alimentando blogs, comentando algunas noticias, tuiteando y retuiteando otras, enviando fotografías o vídeos, colaborando en concursos…–, se siente partícipe del trabajo, las campañas, los éxitos y los fracasos corporativos.

Los directivos de los medios digitales analizan el tráfico de internautas que les derivan las redes sociales y, sea cual sea su porcentaje, lícitamente intentan que aumente. Hacen lo correcto al aliarse a quienes les vieron en su día casi como enemigos. En su aproximación se combinan una curiosidad consustancial a su oficio y un ejercicio imprescindible para fortalecerse en un entorno hostil. De hecho, muchos se están jugando la supervivencia en este campo de batalla. Conviene que los funambulistas dispongan de una red por si caen mientras caminan por la cuerda floja. Idéntico razonamiento puede extenderse al periodismo, un negocio que siempre se ha basado en ciertas acrobacias. Las empresas están aprendiendo a aprovechar la inclinación que transforma a sujetos normales en promotores, distribuidores y publicitarios de primera magnitud.

Esa actitud casa a la perfección con la apertura y la impaciencia de numerosos navegantes. Si estalla una noticia, hay quien no quiere ni puede esperar a leerla a la mañana siguiente. Aunque hay usuarios menos impetuosos, el consumidor medio que hace un hallazgo, lo discute, lo modifica… Esperar a que la radio le revele el marcador de un partido de fútbol se le antoja una hazaña.

Artículo publicado en La Vanguardia

Medios y redes sociales: del amor al odio. El público se hace visible

Vivimos en la era de las redes sociales y los medios las han integrado de formas y con velocidades muy diversas. Las tradicionales herramientas que conformaban los espacios de intercambio y diálogo han dado paso a plataformas y recursos propios de la web 2.0. Su presencia responde a diferentes estrategias, pero sobre todo al propósito de mantener trato directo con los usuarios.

Ahora bien, la inclusión de este tipo de herramientas no debe interpretarse como una garantía de apertura o participación, ya que en muchas ocasiones los cibermedios no aportan ningún feedback a las intervenciones de los usuarios.

La tendencia apunta hacia un incremento de los espacios de comunicación que conviertan el consumo de información en una experiencia social. Obligados a una convivencia que deparará interesantes sinergias, muchos cibermedios han actuado en los últimos años para posicionarse en torno a una red social.

La actual variedad de redes posibilita que los medios hayan acudido a la que más se ajusta al perfil de su audiencia, si bien un buen número de empresas periodísticas está presente en las tres más extendidas en España. Los ciberdiarios, por ejemplo, han sabido ganarse su espacio en Twitter, en gran medida porque constituye un privilegiado soporte para contar noticias de última hora o historias en directo.

En el caso de la televisión, las cadenas se han posicionado principalmente en YouTube, aunque la tendencia está cambiando. El mando ha sido sustituido por el móvil o la tableta. Las series y programas del prime time ya no se ven en solitario, se comentan en vivo con miles de televidentes a través de las redes sociales. Los tuits se suman ya a las cifras de audiencia que condicionan la popularidad de series y realities, y sirven como indicador de lo que funciona entre el público.

La participación desempeña un papel destacado también en la radio. Si bien el teléfono sigue siendo útil para impulsar la participación, cada vez más las redes son imprescindibles. Facebook es aquí la mejor aliada para crear comunidades donde compartir preferencias por un mismo programa. El debate sobre el papel de las redes sociales ha llegado a las redacciones, no sólo para afrontar un nuevo tipo de fuentes o para redefinir el papel del medio como gestor y mediador de contenidos en la web, sino también para verificar que los usuarios se han hecho más visibles y que están más cerca de los contenidos.

Artículo publicado en La Vanguardia

¿Cómo ser hombre hoy? La dignidad de ser hombre

En el pasado, los hombres y las mujeres tenían unos papeles asignados en la sociedad que estaban delimitados y claros. De un tiempo a esta parte, y gracias al avance del feminismo, los límites se están borrando y determinados roles pueden ser asumidos por uno u otra indistintamente. Pero mientras sobre la mujer se debate a menudo, no es así respecto del hombre.

Los papeles y valores que nuestra cultura ha venido asignando a la mujer y al hombre ya no son válidos. ¿Cómo somos hombres hoy? ¿Cuál es el sentido de nuestra masculinidad? ¿Cuáles son los valores que han orientado y que orientan la masculinidad individual y colectiva? Muchos hombres tienen la sensación de no haber tenido un modelo masculino suficiente. El escritor y activista Robert Bly ya lo mencionaba en su libro Iron John: una nueva visión de la masculinidad hace más de veinte años. Esta sensación provoca una cierta desorientación y una difícil respuesta a la pregunta de qué es la masculinidad hoy en día.

¿Cómo aprendemos a ser hombres? Nos criamos en un entorno femenino, pero no hay un momento en el que pasamos a formar parte del mundo masculino con la ayuda de otros hombres y de nuestro propio padre. Sería distinto si los niños hicieran algún ritual, como siguen haciendo algunas tribus indígenas -naturalmente, adaptado a nuestra sociedad-, para determinar la entrada al mundo de los hombres y aprender de su forma de ser, con el consecuente compromiso de su parte de participar más intensamente en nuestra educación.

Es cierto que hasta el presente nuestros padres han estado muy ocupados en proveer a la familia y eso ha limitado el tiempo que han compartido con nosotros. Tal vez este hecho ha dificultado una parte de nuestros aprendizajes, y ahora no sabemos muy bien cómo actuar delante de situaciones dispares, con nuestros hijos, en la competencia con otros hombres, en la relación de pareja, en la toma de decisiones o delante de las pérdidas. Sólo son algunos ejemplos, aquí cada hombre puede añadir sus situaciones importantes y plantearse cómo han influido los modelos masculinos o la ausencia de ellos en su vida.

En cualquiera de esas situaciones vivimos emociones, y este es el otro gran tema que aparece en los encuentros de hombres en los que trabajamos la búsqueda de la masculinidad contemporánea de una forma experiencial. A menudo respondemos a cómo nos manejamos con las emociones con un «como podemos». Si las mostramos, podemos recibir juicios delante de los cuales no sabemos cómo responder.

No mostrar las emociones se convierte en un hábito que nos hace perder la consciencia de lo que sentimos. Cuando esto ocurre, no sabemos cuáles son nuestras necesidades y eso implica, a la larga, pagar un precio que puede ser la insatisfacción, la infelicidad u otros estados similares. Por este motivo incluimos en los encuentros trabajos con la ternura y la agresividad.

Está claro que sentimos ternura en muchas situaciones, pero nos desorientamos cuando los demás lo perciben. Parece que el aprendizaje es que los hombres no muestran eso salvo en contadas ocasiones y en muchas de ellas sólo a las mujeres. Con ellas es más fácil porque en general es de la madre de quien la hemos recibido y aprendido. Cuando mostramos y compartimos la ternura con otros hombres, sentimos cercanía, comprensión, pertenencia, una gran dosis de descanso y la prueba de lo bien que sienta mostrar emociones y desatender a los posibles juicios hechos por otro hombre, con el resultado final de sentirnos más libres y auténticos.

Cuando trabajamos con la agresividad, entendemos que es el motor que nos lleva a la fuerza, al dinamismo, a la creatividad, a la determinación, a la audacia, al atrevimiento, a poner límites… y podríamos seguir poniendo ejemplos en positivo. Es importante diferenciar esta definición de la que también viene en el diccionario y que tiene que ver con la tendencia a la violencia. Es importante hablar de agresividad porque desde pequeños escuchamos «los niños son agresivos» y sí, es cierto, pero ¿quién dice que eso sea negativo? Químicamente hablando, la testosterona, que producimos en muchísima más cantidad que las mujeres, conlleva agresividad. Entonces, aceptémoslo y mandemos mensajes positivos sobre este hecho natural y biológico a nuestros hijos.

Es interesante trabajar con estas dos emociones entre hombres: nos sentimos más libres, más claros, entendemos mejor nuestras reacciones, comprendemos que mostrar la ternura y sentir la agresividad es algo que nos libera. Dejando claro que nos reconocemos en la agresividad y no en la violencia, aunque a base de reprimir esa agresividad positiva, a veces, nos ponemos violentos.

Para mí, la masculinidad contemporánea implica mostrarse desde lo emocional, decidir qué quiero dejar como legado de mi paso por el mundo y seguir planteándome e investigando cómo quiero ser como hombre, dándome el permiso para cambiar de opinión y teniendo claro en cada momento o época de mi vida cuál es mi respuesta a cualquier input de mi entorno, y todo esto siendo fiel a mis valores.

Artículo publicado en La Vanguardia

¿Cómo ser hombre hoy? Nuevas aportaciones

A pesar de los progresos sociales de este siglo, aún parece difícil reconocer el concepto de masculinidad en el sentido amplio de la palabra. La visión predominante sobre la masculinidad sigue reduciéndose al papel patriarcal protector, o bien al que parece anacrónico macho dominante. Eso es una pérdida para la riqueza humana.

Hay que matizar que cuando hablamos de masculinidad nos referimos a la dimensión masculina de las personas, una dimensión que ha sido asociada tradicionalmente al papel de los hombres pero que también puede ser ejercida por mujeres. Tomemos como ejemplo el papel tradicional del padre ausente que el psicólogo James Hillman menciona en El código del alma. El padre ausente está tan pendiente –física o mentalmente– de la esfera pública que no presta atención a detalles básicos del cuidado del recién nacido. Esta actitud, asociada habitualmente al sexo masculino, es la que permite mantener conectada la familia con el exterior y contrarrestar la tendencia a concentrar la atención en la esfera interior, lo que está más asociado al sexo femenino. Como comprobamos en Innova acompañando a directivos y directivas en sus papeles, las capacidades mencionadas –ambas, igualmente necesarias– se están disociando cada vez más del sexo y son ejercidas indistintamente por hombres y por mujeres. Sin embargo, pesa todavía el inconsciente colectivo. El hombre tiene que cargar con características con las que no queremos o no podemos lidiar colectivamente. Por ejemplo, se le sigue aislando en su individualidad heroica, lo que nos permite creer –todavía– en su omnipotencia protectora, pero de este modo se le incapacita para reconocer cuándo necesita ayuda de otros.

Como decía el psicoanalista Wilfred Bion, la naturaleza humana es social. Desde que nacemos vivimos interdependientemente de otros. Aun así, sin darnos cuenta, podemos seguir esperando de los hombres una tarea imposible: que se comporten como si fuesen independientes del contexto, seguros de sí mismos en entornos ambiguos e inflexibles en sus decisiones y que innoven. Tomemos la política como ejemplo, tomemos la visión sobre papeles masculinos de poder, ¿qué político se atrevería a reconocer que no sabe cómo salir de la crisis solo, sin miedo a perder su autoridad frente a los y las votantes? Quizá este sería el inicio del reconocimiento de las capacidades de la nueva masculinidad y de la posibilidad de su contribución para generar conjuntamente nuevos modelos de relación más ricos e igualitarios.

Artículo publicado en La Vanguardia

Nuevos modelos de familia. Fichas del puzle con buen encaje

En nuestra sociedad el modelo clásico de familia ha adoptado nuevas formas y está en constante evolución: monoparentales, homoparentales, reconstituidas… Los nuevos modelos son como puzles en los que todas las piezas deben encajar. La institución familiar se adapta al desarrollo tecnológico, social, a la globalización… aspectos que han influido en sus patrones clásicos.

Durante las últimas décadas estamos asistiendo a múltiples cambios: el importante desarrollo de las tecnologías, la globalización mundial y la incorporación de la mujer al mundo laboral, sin olvidar el efecto asolador de la crisis. Estos avances, en todos sus órdenes, han modificado los patrones clásicos de modelo familiar, al considerarse la familia como una institución que se adapta al contexto social. Así, el arquetipo básico por excelencia en las sociedades tradicionales, compuesto por los padres y los hijos y/o la familia extensa (formada por parientes de distintas generaciones), deja paso, en las sociedades industrializadas, a un aumento de familias monoparentales (un progenitor y uno o varios hijos) y homoparentales, si la legislación de aquella sociedad reconoce el matrimonio homosexual. Con relativa facilidad podemos encontrar una organización familiar compuesta por un adulto viudo con dos hijos de su primer matrimonio, que forma una familia reconstituida con una mujer, que puede ser de una nacionalidad distinta de la del hombre, que aporta un hijo, y que juntos deciden a su vez tener descendencia, o bien adoptar a un niño. Además, pueden fijar su residencia conjuntamente o mantener simultáneamente dos hogares. Necesariamente, y unido a este desarrollo tecnológico, social y familiar, ha tenido que darse un progresivo cambio de valores que permitiese la entrada de estos nuevos modelos de convivencia. El paulatino abandono del componente religioso, como parte importante del esquema de estructuración familiar y social, ha liberado a los matrimonios de su carácter duradero, lo que facilita la aparición de las familias mono y homoparentales. Por otro lado, la conciencia de una mayor igualdad hombre-mujer, tanto en el acceso al entorno laboral como en cuanto al reparto de las tareas domésticas y de guarda de los hijos, ha posibilitado combinaciones ajustadas a cada ciclo de vida familiar, con una distribución más equitativa de funciones. Otro de los valores en alza, ya mencionado, es la diversidad que ha favorecido la creación de familias multiculturales, impulsadas por el paso de un pensamiento tradicional a otro más abierto, gestado por el continuo bombardeo de las informaciones sobre otras culturas, el acceso a otros países a un coste asequible y el incremento de la inmigración.

Sin embargo, estos cambios no son fáciles de aceptar por todas las personas, ya que requieren un proceso para desmontar aquellos esquemas que para ellas han funcionado hasta el día de hoy, y volver a construir las bases que les hagan entender este mundo vertiginoso.

La proliferación de infinitas variantes de reorganización familiar y las novedosas formas de convivencia implican una alta capacidad de gestión de las relaciones personales, ya que tanto los adultos como los menores tendrán que convivir en domicilios con niños con diferentes edades, de distintos padres, con pautas educativas, alimentarias y creencias religiosas, que pueden no ser similares, en espacios adaptados a la situación económica (mayoritariamente pequeños), con una logística supuestamente más compleja que la de una familia tradicional.

Las familias actuales son como puzles compuestos por maravillosas y múltiples fichas con distintas caras, emociones y sentimientos, con sus necesidades, aspiraciones y metas, que se vincularán, con diferente intensidad, con cada una de las fichas ya existentes. Los niños son piezas pequeñas que se mueven con la inercia de otras más grandes, y que por ello pueden ser más vulnerables. Sin embargo, su rol es primordial ya que confieren sentido al puzle, cohesionan las fichas entre sí, y son los que transportarán fuera de la familia los valores inculcados, en el momento en que formen su propio puzle. Y no nos olvidemos de los singles, piezas únicas que a veces encajan un ratito con una pieza, o un puzle y a veces se desenganchan para no volver jamás.

Una estrategia inteligente a nivel familiar consiste en pensar de forma altruista y generosa en: cómo puedo ayudar a unir las fichas de mi puzle cuando no todas encajan por naturaleza, qué debo mover para facilitar la armonía entre ellas. La creación de un baile, entendido como un fluir de relaciones y una correcta gestión de las mismas, en el que se acepta la incorporación de nuevas fichas, se entiende el vacío que dejan las que parten, y se cuenta con lo positivo que cada pieza puede aportar, evita caer en el gran peligro de hoy en día: la fractura familiar, el desentendimiento y las constantes tensiones.

Ya que no existen ni tipos de familia mejores ni peores, sino modalidades más o menos adaptativas en función de cada uno de los momentos o etapas vitales, ¡esforcémonos en endulzar nuestro propio tetris familiar actual!

Artículo publicado en La Vanguardia

Nuevos modelos de familia. En constante evolución

El concepto legal de familia se basa en un patrón cultural, constitucional, abierto y plural adaptable a las necesidades sociales de cada momento. Está formada por el conjunto de las relaciones derivadas del parentesco así como las provenientes de las formas de constitución y organización del grupo familiar a las que la ley reconoce ciertos efectos, deberes, derechos y obligaciones.
Se diferencian varios tipos de familia: la tradicional es la troncal basada en funciones reproductivas, protectoras y educativas, donde la mujer se asocia a la casa y la familia y el hombre a la protección de los hijos y de la esposa; la nuclear extendida, formada por padre, madre e hijos, se basa en un sistema conyugal, parental, filial fraternal, abuelos; la familia monoparental, formada solamente por padre o madre; también la familia rota, incompleta o disfuncional: viuda, soltero, divorciado. Las uniones de hecho son parejas que viven en común unidas por vínculos afectivos o sexuales incluyendo la posibilidad de tener hijos pero sin matrimonio, caracterizándose por una convivencia emocional con acuerdos económicos. Las parejas homosexuales se definen como aquellas en las que existe libertad para elegir la opción de vida a nivel emocional y sexual. Por último, las familias reconstituidas en la que uno de los cónyuges proviene de una familia anterior y uno de los dos tiene tutela de los hijos o que ambos tengan hijos comunes.
El concepto de familia ha evolucionado, se ha producido una clara pérdida de las funciones tradicionales, se da una contracción en torno al núcleo familiar estricto y cambios de mentalidad y control de la natalidad. Estas circunstancias conllevan que las tendencias actuales en el concepto de familia se caractericen por una mayor autonomía de la voluntad en los pactos que afectan a los miembros, en el establecimiento de los vínculos emocionales y en la forma de resolución de los conflictos con la mediación, acuerdos, arbitraje. En segundo lugar, con la mayor relevancia del elemento afectivo como constitutivo de la familia: desconexión entre el matrimonio y la procreación, se admite matrimonio homosexual y la capacidad matrimonial transexual.
Es esencial la incidencia de los avances médicos y tecnológicos con la redefinición de la verdad biológica en la relación de filiación y en la reproducción humana; y la extensión del principio de igualdad entre los miembros de la pareja, se establece la igualdad de los hijos, existe solidaridad entre los miembros y en las relaciones familiares y aumenta la diversidad y tolerancia.

Artículo publicado en La Vanguardia

El ángel de la prisión

Antonia Brennner (1926-2013)
Religiosa norteamericana
La historia de su vida fue retratada en un libro y en un documental, y no pasará mucho tiempo antes de que sea contada en un largometraje de ficción. Se llamaba Antonia Brenner, pero para los presos de una peligrosa cárcel de Tijuana a la que se mudó por propia voluntad más de 30 años atrás, esta monja norteamericana era simplemente la Mama o el Ángel de la Prisión.
Nacida como Mary Clarke en la parte más rica de Beverly Hills, disfrutó de una vida de privilegios, en la que se casó dos veces y tuvo siete hijos. Pero después de cumplir los 50 años, cuando el menor se marchó de la casa, decidió que era hora de entregar su vida a Dios y se convirtió en monja. Familiarizada con la prisión de La Mesa debido a sus actos de beneficencia, en el año 1977 decidió mudarse allí, donde vivió en una celda común, con las mismas incomodidades que los presos allí recluidos, hasta que su delicado estado de salud le obligó a trasladarse a la sede de su orden religiosa en Tijuana, donde falleció el pasado 17 de octubre.
Hija de un inmigrante irlandés que se hizo rico vendiendo artículos para oficina, de niña tuvo como vecinos a Cary Grant y otras celebridades. Aunque nunca quiso hablar mucho de su vida antes de tomar los hábitos, se sabe que se casó dos veces y tuvo siete hijos, cuatro chicas y tres varones, y que en esos años trabajó intensamente en obras de caridad.
Sin embargo, siempre quiso dar más que dinero, y por eso en la década de los sesenta empezó a viajar a México, aún como laica, para llevar a cabo trabajo social. Su mirada del mundo cambió radicalmente cuando un sacerdote la invitó a visitar la prisión estatal de La Mesa, en Tijuana, que aloja a unos 8.000 presos entre asesinos, pandilleros, violadores y otros delincuentes peligrosos.
En una entrevista concedida a Los Angeles Times en 1982, quien se hacía llamar Madre Antonia explicó: «Algo me ocurrió cuando vi a estos hombres detrás de las rejas. Cuando me fui, me quedé pensando en ellos. Si tenía frío, me preguntaba qué sentirían ellos; si estaba lloviendo, me cuestionaba si tenían donde protegerse, si tenían medicinas y cómo lo estarían pasando sus familias. Cuando regresé a la prisión para quedarme a vivir allí, sentí que volvía a casa».
Respetada por carceleros y detenidos por igual, era capaz de detener peleas y motines, y sólo dejaba la prisión para los viajes que hacía a California con el fin de recaudar donaciones para la orden religiosa que fundó en Tijuana, las Siervas Eudistas de la Séptima Hora, una congregación de mujeres maduras interesadas en ayudar a los desamparados.
De pequeña estatura y llamativos ojos azul celeste, siempre enfundada en los tradicionales hábitos, la monja solía pasear por la prisión con una sonrisa en los labios, concediendo una oración a quien se la pidiera. Pero, además, repartía todo tipo de insumos esenciales entre los detenidos y les ayudaba en todo lo que podía. Aun así, no dejaba de hablarles de sus víctimas y de recordarles que sus acciones habían sido equivocadas. En el año 2007, la calle que conduce a la prisión fue rebautizada por las autoridades como Madre Antonia.

Artículo publicado en La Vanguardia.

Juego y aprendizaje. Niños jugando: pequeños emprendedores

Los niños de los últimos veinte años se están perdiendo lo mejor del juego: descubrir el mundo, adentrarse en la realidad. Son niños programados para un sinfín de actividades que les han apartado del ocio de siempre, de la naturaleza, la soledad y el silencio. Las estridentes pantallas interrumpen el aprendizaje lento de todo lo maravilloso que hay que descubrir por primera vez.

Numerosos estudios señalan que los niños (de entre 3 y 7 años) de las últimas décadas son menos activos y pasan mucho menos tiempo que anteriores generaciones en espacios abiertos y en la naturaleza. Estos niños desarrollan, a menudo, estilos de vida muy sedentarios ligados a un consumo excesivo de televisión y videojuegos. La investigación está demostrando que el juego no estructurado en entornos naturales, o abiertos e inspiradores, aumenta la autoeficacia de los niños, entendida esta como la consciencia de la propia capacidad/habilidad de resolver problemas y de alcanzar objetivos. Una autoeficacia que va a dinamizar algunas funciones ejecutivas como: a) la capacidad de fijar metas; b) de inhibir la respuesta y evitar la impulsividad; c) de focalizar la atención, y d) de perseverar en la acción.

La total ausencia de juego libre en entornos naturales, o por lo menos en entornos amplios y atractivos, podría suponer consecuencias en su desarrollo cognitivo, en la maduración neuronal, es decir, en el despliegue del propio talento. La investigación señala incluso que el juego en estos entornos reduce los síntomas del déficit de atención en algunos niños. En general crece la sociabilidad y se mejora, para poner un ejemplo, en asuntos tan vitales como respetar los turnos del juego sin perder el control.

Además, se ha constatado el hecho de que el exceso de pantallas va ligado a menudo al consumo de alimentos muy calóricos. En España se ha triplicado en los últimos treinta años el número de niños con sobrepeso (que llegan al 26,1%) u obesos (que llegan al 19,1%). El niño que juega en entornos abiertos/naturales gana en experiencias llenas de realidad y sobre todo despliega actividad física. Por su parte, el niño pasivo, cuando la sobreestimulación de las pantallas desaparece, puede convertirse en un ser que anda entre el aburrimiento y la ansiosa búsqueda de nuevos estímulos externos reclamando mucha atención de los adultos. Existen investigaciones que señalan que el exceso de exposición a las pantallas podría suponer problemas de atención a partir de los 7 años.

El juego infantil es aprendizaje. John Dewey, Maria Montessori, Jean Piaget, Lev Vigotsky o Jérôme Bruner, entre muchos otros expertos, psicólogos y pedagogos, señalan como el juego está detrás del desarrollo de las funciones cognitivas, del lenguaje, de la maduración motora. Sin embargo, parece que muchos padres y algunas escuelas no se lo creen, o por lo menos actúan como si no se lo creyeran.

Los niños de estas edades quieren jugar para saberse capaces, lograr que las cosas funcionen, construir artefactos que les hablen de sus progresos: quieren resultados, logros (un ejemplo casi universal es que a los niños les gusta construir cabañas en entornos naturales). Y esos logros son motivadores y nacen de poner atención y esfuerzo en actividades a menudo diseñadas por ellos mismos y en otras ocasiones sugeridas por cuidadores (padres, maestros, monitores). Otros niños más pasivos intentan menos cosas pues tienen menos éxito en sus iniciativas quizá por falta de confianza o de entrenamiento. A menudo también por la baja calidad de sus funciones ejecutivas: son niños pasivos que podrían decirse a sí mismos: “Como nunca me sale nada bien, mejor no lo intento”. El filósofo y pedagogo José Antonio Marina relaciona las funciones ejecutivas con un concepto global, la inteligencia ejecutiva, título de su reciente libro. Da que pensar.

Para estos niños, vencer cada reto es un nuevo juego con agradables recompensas. Sin embargo, los desafíos que plantean las pantallas, sobre todo los videojuegos, son menos estimulantes y a menudo más solitarios. Ante la consola pueden prosperar las habilidades visomanuales, entre otras, y existen destacables videojuegos educativos: pero son la solución de un momento. Lo que el mismo niño quiere, desea, elige, si le dan la oportunidad, es el juego libre, a veces dirigido, en entornos abiertos. Allí focalizan sus intereses y descubren aspectos ante los cuales quedan prendados, asombrados. Tal como señala Catherine L’Ecuyer en su libro Educar en el asombro: “El asombro tiene un papel clave en el aprendizaje del niño”.

Para los niños, la belleza, el silencio y la aventura desencadenan auténticos torrentes de intereses y preguntas que están ausentes ante una pantalla que sobreestimula sin invitar a la acción y a la pregunta. En un tono más ensayístico y metafórico se podría decir que, antes de que las pantallas les hagan enmudecer, muchos niños, si juegan de verdad, son pequeños emprendedores llenos de curiosidad e ideas.

Artículo publicado en La Vanguardia