Las redes sociales han hecho que todo ciudadano pueda convertirse en un potencial periodista, con las ventajas e inconvenientes que ello supone. Las relaciones entre medios de comunicación y las redes sociales se mueven entre el amor y el odio, se necesitan y al tiempo se repelen. Todo porque los usuarios se han hecho más visibles y están más cerca de los contenidos
Los medios de comunicación y las redes sociales mantienen una relación tormentosa. Saben que se necesitan, aunque no ignoran que también compiten por captar la atención de los ciudadanos e incrementar sus (respectivas) influencias. Por eso se atraen con la misma intensidad –y hasta pasión– con la que se repelen –e incluso se atacan–.
En realidad, ni las compañías y grupos periodísticos ni páginas como Facebook, Google+, Pinterest o Twitter pueden adoptar estos comportamientos genuinamente humanos. Quienes de esta manera actúan son sus responsables y consumidores. No obstante, la tendencia de los internautas a identificarse de manera afectiva con cibermedios y webs sociales nos permite tomarnos esta licencia.
Sabíamos que los medios son marcas, pero es que las marcas –Apple, Yahoo!…– ahora se creen también medios. De momento ya funcionan como soporte para anunciarse. Además, se afanan para poner en circulación contenidos informativos pese a no tener tradición en el arte de destapar novedades relevantes, como el periodismo de rigor y contrastado.
Los movimientos masivos que se desarrollan alrededor de Facebook o Twitter son amplificados por los medios hasta suscitar el interés del público que todavía permanece ajeno a la efervescencia digital. Esta fórmula beneficia a las redes y, a su vez, propicia el primer uso de estos espacios virtuales por parte de las empresas informativas: como tema o motivo de noticias, reportajes y entrevistas. No hay duda de que las redes sociales venden –y ayudan a vender–, lo cual es positivo. Pero hay más.
En segundo lugar, Facebook, Twitter, Linkedin y demás se han convertido en una excelente fuente periodística. Mandatarios, políticos, deportistas, personalidades de la economía, la cultura o los espectáculos y un largo etcétera que incluye a gente corriente y organizaciones y asociaciones de todos los ámbitos se abren cotidianamente a las redes, a veces sin el asesoramiento de profesionales que les orienten acerca de lo que deben explicar y sobre cómo, cuándo y dónde hacerlo.
En el extremo opuesto de la cadena, estos sitios les sirven a los medios convencionales para difundir sus producciones a través de nuevas vías. He aquí su tercera aplicación. Cualquier editor o periodista cuenta hoy con una plataforma extra para llegar más lejos con lo transmitido por radio o televisión y lo publicado sobre papel o en línea.
Como veremos a continuación, la cuarta modalidad se asemeja a esta, sin embargo, no hay que confundirlas, puesto que no son coincidentes.
Nos referimos al empleo de las redes sociales como canal alternativo para distribuir material que no tiene cabida en el medio de referencia. Por ejemplo: tuits o entradas en el muro de Facebook sobre asuntos y cuestiones que no aparecen en el periódico, la revista, el ciberdiario, la cadena de televisión, la emisora de radio o la agencia de noticias que figura como titular del perfil. La quinta dimensión, aun siendo independiente del resto, se extiende como un manto que da cobertura a los cuatro usos reseñados. A saber, las redes son un mecanismo para seducir y/o fidelizar a una audiencia que, al intervenir de un modo activo en el proceso informativo –alimentando blogs, comentando algunas noticias, tuiteando y retuiteando otras, enviando fotografías o vídeos, colaborando en concursos…–, se siente partícipe del trabajo, las campañas, los éxitos y los fracasos corporativos.
Los directivos de los medios digitales analizan el tráfico de internautas que les derivan las redes sociales y, sea cual sea su porcentaje, lícitamente intentan que aumente. Hacen lo correcto al aliarse a quienes les vieron en su día casi como enemigos. En su aproximación se combinan una curiosidad consustancial a su oficio y un ejercicio imprescindible para fortalecerse en un entorno hostil. De hecho, muchos se están jugando la supervivencia en este campo de batalla. Conviene que los funambulistas dispongan de una red por si caen mientras caminan por la cuerda floja. Idéntico razonamiento puede extenderse al periodismo, un negocio que siempre se ha basado en ciertas acrobacias. Las empresas están aprendiendo a aprovechar la inclinación que transforma a sujetos normales en promotores, distribuidores y publicitarios de primera magnitud.
Esa actitud casa a la perfección con la apertura y la impaciencia de numerosos navegantes. Si estalla una noticia, hay quien no quiere ni puede esperar a leerla a la mañana siguiente. Aunque hay usuarios menos impetuosos, el consumidor medio que hace un hallazgo, lo discute, lo modifica… Esperar a que la radio le revele el marcador de un partido de fútbol se le antoja una hazaña.
Artículo publicado en La Vanguardia