La pregunta es recurrente. Con la que está cayendo, ¿tiene sentido gastar tiempo y recursos en la investigación espacial? A falta de una respuesta tajante en un sentido u otro, los beneficios y aplicaciones que de la investigación especial se derivan en nuestra vida cotidiana son cada vez mayores (GPS, satélites meteorológicos, etcétera) y suponen una enorme actividad económica
Un tema recurrente, tanto en tiempo de crisis como de bonanza económica, es la prioridad de la investigación espacial frente a actividades más perentorias como pueden ser curar determinadas enfermedades o solucionar el problema energético, por citar sólo dos ejemplos. La persistencia de esta pregunta después de casi cien años de exploración espacial indica que la respuesta no es sencilla.
Lanzar una sonda o un satélite es caro. En primer lugar porque se necesita una gran cantidad de energía para poner una carga en órbita y, además, el proceso de construir un cohete y operarlo es extremadamente complejo. En segundo lugar, cada uno de los componentes de un vehículo espacial debe ser capaz de actuar en un ambiente extremadamente agresivo a causa de la radiación, las temperaturas extremas y el vacío. Por ejemplo, el coste típico para poner un kilo de masa en órbita oscila entre los 50.000 y los 100.000 euros. El coste de una misión media de la Agencia Europea del Espacio (ESA) es del orden de 500 millones de euros, el equivalente a un submarino convencional. Si la carga que se lanza es una persona, el coste se dispara, pues hay que extremar la seguridad e incrementar la carga con los víveres necesarios para mantenerla con vida.
A la vista de estas cifras no es de extrañar que el tractor inicial de la I+D espacial fuera la pugna entre las dos superpotencias de la guerra fría por controlar el espacio con fines militares y propagandísticos. Sin embargo, con el paso del tiempo las actividades comerciales han ido ganando terreno hasta el punto que en muchos casos el interés económico supera el militar.
Probablemente, el campo más maduro comercialmente sea el de las telecomunicaciones. De acuerdo con Eurostat, en el año 2005 el proceso de construcción y lanzamiento de los satélites de comunicaciones alcanzó un monto de 3.300 millones de euros, mientras que las ventas de derechos de uso sumaron 7.000 millones de euros. La venta de equipos terrestres de telecomunicaciones ascendió a 30.000 millones de euros y el valor añadido de los servicios prestados superó los 55.000 millones. Análogamente, se estima que la observación de la Tierra genera un negocio de 3.000 millones de euros que crece rápidamente. El caso más paradigmático lo aporta la navegación por satélite. Estos sistemas fueron concebidos inicialmente como un sistema militar, el famoso GPS; sin embargo, pronto se encontraron todo tipo de aplicaciones civiles y en 2005 la venta de equipos alcanzó los 7.000 millones de euros, mientras que el valor de los servicios se estimó en 21.000 millones de euros. Estas cifras se incrementarán espectacularmente cuando los sistemas ruso, europeo y chino entren en funcionamiento.
El sector espacial representa una fracción no desdeñable de la economía mundial, por lo que la pregunta inicial debe ser más precisa. ¿Podemos prescindir de la investigación espacial básica (telescopio Hubble, observatorios de rayos X, observatorios solares…) o de la exploración del sistema solar, tanto robótica como presencial?
En primer lugar, sin la adecuada acumulación de conocimientos básicos, es imposible cualquier avance. Los sistemas de navegación, por ejemplo, no tendrían la precisión que tienen sin los relojes atómicos o el conocimiento de las leyes de la relatividad general de Einstein. De hecho no es posible concebir el avance en ningún campo del conocimiento sin un dominio profundo de las leyes de la naturaleza.
¿Es que acaso la medicina sería lo mismo sin el concurso del microscopio, los rayos X o el tratamiento de imágenes mediante ordenador? La investigación desde el espacio ha mostrado la verdadera cara del universo: activo, en el que se producen increíbles cataclismos y se liberan violentamente enormes cantidades de energía y que él mismo se expansiona aceleradamente. También ha permitido comprender mejor las propiedades del Sol y de los planetas. Dos ejemplos que afectan directamente la calidad de vida en la Tierra son los efectos de las erupciones solares y el efecto invernadero en Venus.
Tras visitar todos los rincones de la Tierra es natural que el hombre fije sus ojos en los astros del sistema solar y los perciba como su futuro hábitat, como un nuevo mundo lleno de recursos y sin las ataduras de la Tierra. A menudo se considera que viajar a la Luna es un pasatiempo inútil y caro, pero quien consiga colonizarla tendrá en su poder las mayores reservas que se conocen de helio-3, el combustible termonuclear básico. Detenerse es quedarse atrás, como lo demuestra la enérgica actividad espacial de las economías que ya han emergido. Es sorprendente que la sociedad europea, con una larga tradición de exploración, no intuya las ventajas de la investigación espacial y diseñe un programa más ambicioso.
Artículo publicado en La Vanguardia