La esperanza de vida de los humanos aumenta de forma constante, por causas muy diversas. La ciencia y la tecnología investigan sobre cómo mantener la juventud, vivir más tiempo y evitar la constante corrosión de nuestra materia biológica. Sin embargo, la gran pregunta es si vivir más años equivale a mejor calidad de vida. Tal vez logremos vivir más pero para qué.
Desde el paleolítico hasta inicios del siglo XX la esperanza de vida de la humanidad fue inferior a 40 años, pero en el último siglo, en los países más desarrollados la esperanza de vida se ha doblado (aproximadamente, 83 años en mujeres y 78 años en varones); sin embargo, aún continúa siendo baja en muchos lugares de la Tierra. El aumento de la esperanza de vida es reflejo de las mejoras de las condiciones de vida, como las higiénicas, nutricionales y sanitarias, lo que ha implicado un descenso notable de la mortalidad infantil y la supervivencia a infecciones y accidentes. A pesar de ello, esta tendencia puede estar revirtiendo en algunos países debido al incremento de estrés crónico, obesidad y sedentarismo en la población, que está aumentado el riesgo de muerte más temprana por enfermedades como el cáncer, las cardiovasculares o la diabetes.
Pero, ¿es inevitable envejecer? ¿Existe un reloj biológico que cuenta cuántos años llevamos viviendo? ¿Podríamos llegar a ser inmortales? En general, los primeros signos de envejecimiento aparecen a partir de la maduración sexual y son progresivamente aparentes desde los 25-30 años, hasta la etapa final de nuestra vida. En las células que recambian y se dividen (como la piel, el sistema inmune, etcétera) existe un reloj molecular basado en la longitud de las regiones más terminales de los cromosomas, o telómeros, que van recortándose progresivamente con cada división, a modo de un reloj de cuerda.
Cuando la longitud telomérica es muy corta, la célula entra en crisis y muere por apoptosis. Si se activan mecanismos para mantener los telómeros, la célula deviene inmortal, pero la contrapartida a esto es que también puede haber acumulado muchas mutaciones en su ADN, descontrolándose y convirtiéndose en célula cancerosa. Podríamos decir que envejecimiento y cáncer son dos caras de la misma moneda.
Existen, además, otros mecanismos de envejecimiento celular. Así, nos oxidamos: nuestras células necesitan oxígeno para generar energía. Pero a su vez, el oxígeno genera moléculas muy reactivas que oxidan y lesionan nuestro ADN, proteínas, lípidos y demás, alterando su función. Este desgaste continuo por estrés oxidativo es muy importante en las neuronas (y en todo el organismo). Eso, sin considerar otros agentes proenvejecimiento importantes, como la luz ultravioleta del sol, el tabaco, el alcohol, el estrés emocional, etcétera.
De acuerdo, envejecemos. Pero la longevidad, ¿está determinada o podemos incrementarla indefinidamente y vivir muchos más años? A pesar de todos los avances actuales, la longevidad humana (es decir, la vida máxima) no se ha incrementado, es de unos 120 años desde que se tienen censos, independientemente de los avances médicos y el incremento de la esperanza de vida. ¿Por qué está el límite en 120 años, y no en 240 o 60? Está claro que existe una determinación genética de la longevidad, porque existen animales de vida corta y animales de vida larga: un ratón vive unos dos años en el laboratorio, mientras que el elefante africano puede llegar a vivir 78 años en cautividad. Pero ni en el mejor de los casos un ratón puede llegar a vivir tanto como un elefante. Los genes que determinan la longevidad han estado seleccionados evolutivamente para seguir estrategias óptimas, con el fin de llevar a cabo la reproducción y supervivencia de cada especie.
¿Podemos retrasar este proceso? En especies de vida corta se ha conseguido alargar su esperanza de vida, incluso su longevidad, mediante restricción calórica, sin malnutrición, como si se pudiera burlar el límite máximo de vida que fija la evolución. Esto es así porque se retrasa la maduración sexual y la reproducción, de forma que el organismo se adapta, alargando así su vida. Sin embargo, no existen todavía datos que permitan afirmar que la restricción calórica o el retraso de la maduración sexual pueden alargar la esperanza de vida, o la longevidad, en el caso de la especie humana.
Evidentemente, evitar la obesidad es beneficioso, pero la línea que separa la restricción calórica de la malnutrición es muy fina. Con todo, hay quien piensa que, en el futuro, puede haber una pastilla que reproduzca en humanos el efecto de la restricción calórica, observado en especies de vida corta. Un verdadero elixir de la juventud. De momento, esta respuesta queda para una investigación seria y responsable.
Aunque quizás el futuro pase por averiguar las diferencias genéticas dentro de nuestra propia especie: estudiar por qué ciertas mutaciones causan envejecimiento prematuro en las muy poco frecuentes enfermedades progéricas, o al contrario, descubrir las variantes genéticas de individuos centenarios para averiguar por qué se envejece más rápido, o cómo sobrevivir más tiempo y mejor. Un reto intelectual fascinante, sin duda.
Artículo publicado en La Vanguardia