Donar óvulos, regalar vida. Mujeres solidarias

Tanto donantes como receptoras, desde el punto de vista psicosocial, llevan a cabo su propio proceso mental de aceptación del tratamiento. Plantearse esta opción no resulta fácil, ya que nuestra cultura y educación no nos ha preparado para ello. La ciencia avanza más rápido que nuestra capacidad de asimilar y cambiar ciertos procesos mentales. En nuestra historia encontramos muchas referencias a este respecto como lo fue la aceptación social de la donación de órganos, incluso cuando la vida dependía de ello. Hoy en día, las mujeres que realizan este tipo de tratamientos lo hacen tras haberse planteado cuestiones emocionales muy profundas al respecto.

En el caso de las donantes, la cuestión más importante para ellas reside en tener claro el significado del proceso. Ellas donan una célula (un óvulo) con capacidad para crear una vida, pero para ello necesitará de la pareja receptora que completará el proceso genético que creará un embrión y, por tanto, un futuro bebé. Ellas no creen estar donando un hijo.

La realidad es que si la presencia de esta idea fuese cierta, no existirían donantes. Ellas se sienten partícipes de un proceso en el que, cuando funciona, contribuyen directamente a crear una vida, a dar felicidad a una pareja que no lo habría conseguido por sí misma.

En cuanto a las receptoras, tras un proceso de reevaluación de creencias y prioridades vitales, son conscientes de que ellas tienen la oportunidad, gracias a las donantes, de gestar a su hijo y poder compartir su vida desde el momento cero. No lo sienten extraño, lo alimentan, lo sienten crecer y lo ven nacer. Este sentimiento es universal y va más allá de la genética. Es un vínculo entre una madre y su hijo. Aquí se aprecia también por qué resulta algo más fácil para las parejas asumir la donación de óvulos que la de semen. El proceso mental por el que atraviesan estas mujeres se divide en dos fases. Por un lado decidir si quieren realizar el proceso. Es la parte más difícil porque aparecen todos los miedos, las dudas, la inseguridad… Al fin y al cabo es una decisión que les acompañará toda la vida. Una vez han decidido dar el paso, aparece la segunda fase, en la que la prioridad no es de dónde vino el óvulo, sino cuidar, educar y amar a su pequeño.

Cuando les pregunto: «¿Cómo te gustaría que fuese tu hijo, de qué te sentirías orgullosa?», sus respuestas no tienen que ver con la genética. «Que sea buena persona, responsable y, sobre todo, feliz». Algo de lo que ellas se encargarán personalmente.

Artículo publicado en La Vanguardia

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