El individualismo está de moda, su significado social se está invirtiendo, en un tiempo de cambios acelerados.
Las sociedades antiguas, pobres y precarias, necesitan conservar, utilizar el saber de la experiencia, afirmarse como grupo frente al otro,visto casi siempre como enemigo. Cualquier innovación es un peligro, y, por lo tanto, exigen la conformación de los individuos a unas pautas rígidas. Todo intento de vivir una vida distinta a la socialmente marcada, de abandonar tu destino de heredero o de esclavo para inventar otra peripecia, acababa mal.
Frente a esta posición, el individualismo ha tenido su aura: la lucha por la justicia y la libertad personal que supone la capacidad de cambiar, de librarse de las imposiciones conservadoras en las que dominan unos pocos que desean que nada se modifique. Progreso, libertad, individualismo son conceptos relacionados entre sí durante mucho tiempo y que han presentado el orden y las normas sociales como instrumentos de opresión.
En nuestras sociedades avanzadas ¿ha disminuido el impacto de lo social en la vida individual? No lo creo: sólo han variado las formas. Las investigaciones de los últimos años van mostrando que el grado de determinación individual es una consecuencia de las propias normas sociales, en cada momento de la historia. Ciertamente nos encontramos en otra etapa, distinta de la que dio la preeminencia al grupo y penalizó casi todos los intentos de desviación.
Y, sin embargo, los jóvenes del mundo occidental usan ropa tejana, se tatúan, las chicas quieren operarse los pechos, la nariz. Nos vestimos con mayor uniformidad que en el pasado. Los hombres eligen los coches como símbolos de sí mismos: ¿han observado que un 80% son de color plateado? Etcétera. Podríamos seguir hasta el infinito: nuestros actos cotidianos responden en su gran mayoría a criterios sociales impuestos, sólo que de forma dulce y convenciéndonos de que fueron determinados desde la libertad personal.
El individualismo ha permitido grandes avances; en la actualidad se ha convertido en una manera de eliminar obstáculos a la iniciativa de los más osados, por lo tanto, de regresar al dominio de la ley del más fuerte. La defensa del individuo frente a la sociedad ha dejado de ser una posición progresista: nos devuelve a la selva. Esperemos que una nueva conciencia social nos permita reiniciar la defensa de lo colectivo, tan urgente ya para asegurar nuestra supervivencia.
Artículo publicado en La Vanguardia